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No Es Opción Derrocar A Evo

En su artículo ¿Una Sola Opción?, Andrés Soliz Rada, ex parlamentario y ex ministro de hidrocarburos de Evo, reacciona a mi artículo ¿El fin de Evo o de la Cordura?. Sí, reacciona, pero no contesta el punto central de mi artículo: está bien ser crítico, pero la crítica deja de ser constructiva cuando se acopla a un movimiento subversivo antirrevolucionario.
Dice Soliz en su respuesta que él critica para “preservar y profundizar el proceso de transformaciones que vive el país, a fin de evitar que termine trágicamente como ocurrió con los regímenes nacionalistas de Busch, Villarroel, Ovando y Torres.” Pareciera esforzarse en olvidar que todos los logros acumulados durante esos regímenes nacionalistas fueron entregados por el neoliberalismo a las transnacionales. Que ahí fue enterrada la vieja revolución nacionalista, porque Bolivia quedó totalmente desvalijada. El sabe perfectamente que el actual proceso de cambio nació en el Chapare con nombre y apellido. Que derrocar a Evo sería, sin duda alguna, derrocar el proceso de cambio.
No sé hasta que punto Soliz se dará cuenta que su discurso está siendo utilizado con ese objetivo. Curiosamente, el trágico final de Busch, Villarroel, Ovando y Torres fue perpetrado con la notoria participación de la prensa de la derecha, y sus poderosos mecanismos de manipulación de la opinión pública. Existen pasajes escondidos de la historia boliviana que nos muestran el devastador efecto que puede llegar a tener la opinión de un intelectual de renombre, cuando es usada por la derecha en acciones subversivas.
Germán Busch, tuvo también a uno de ellos como a su enemigo declarado. Alcides Arguedas se llamaba, y tan relevante fue su rivalidad con el presidente, que registró detalles secretos en su diario, del cual envió una copia a la Librería del Congreso en Washington DC, con la instrucción de que no se abriera al público hasta después de cincuenta años de su muerte. Tuve la oportunidad de revisar esos archivos, y encontré datos reveladores. Un día antes de que el presidente Busch muriera en circunstancias aún no esclarecidas, Arguedas envió tres cartas al exterior detallando su enemistad con el presidente. Explica luego que lo hizo para que se hicieran públicas en caso de que algo saliera mal aquella noche y a él le pasara algo como represalia. El sabía, por lo tanto, que un plan subversivo estaba en marcha, y sabía que la reacción de Busch podría ser el fusilamiento a los sediciosos. Pero todo le salió bien a los conspiradores, y Arguedas, al enterarse que Busch estaba muerto, dijo públicamente: “Lo mató mi pluma.” A la luz de la historia, por lo tanto, es cuestionable eso de que la crítica de Soliz Rada sea para “salvar el proceso”. Considerando que Evo es la espina dorsal de este proceso, la crítica personalizada de Soliz más parece destinada a destruirlo.
Por otro lado, dije que “Evo tuvo razones válidas para no chantajear a Lula,” a lo cual Soliz responde con una definición de diccionario jurídico respecto a las implicaciones criminales de la palabra chantaje. El diccionario que yo uso es el de la Real Academia Española, que define la palabra como “presión, que mediante amenazas, se ejerce sobre alguien para obligarle a actuar en determinado sentido.” Si no me equivoco, esa definición se ajusta en gran medida a la frase de Soliz en su artículo, ¿Hubo nacionalización?, donde refiriéndose a la negociación con Brasil dijo así: “La única manera de hacerlo era negociar desde la posición de fuerza que teníamos al existir una dramática dependencia del gigante complejo industrial de San Pablo del gas boliviano, del que no podía prescindir. La estratégica ventaja se perdió un año después, cuando Brasil consiguió su autosuficiencia en gas.” En pocas palabras dijo que la dramática dependencia que tenía Brasil de nuestro gas, nos daba una ventaja estratégica para asumir una posición de fuerza. ¿Posición de fuerza? Si eso no es chantaje, se le parece demasiado como para que los brasileros lo pasaran por alto. Probablemente esa fue la causa para que se apresuraran a salir de la posición de “dramática dependencia.”
También dije que “el gas no se lo regaló Evo al Brasil, sino varias generaciones de gobiernos de derecha…y que nadie dijo nada cuando se lo regalaron”. Soliz responde diciendo que él sí denunció las desventajas de los acuerdos con el Brasil, y menciona además a varias personalidades de valor indiscutible como Marcelo Quiroga Santa Cruz, el Ingeniero Enrique Mariaca Bilbao, Manuel Morales Dávila, y otros. Hay muchos que sí denunciaron las desventajas de esos acuerdos, pero habría que analizar los efectos prácticos que tuvieron sus críticas. La lista es mucho más larga porque incluye a Augusto Céspedes, quien criticó el acuerdo original antes y después de haber sido firmado por nuestro querido presidente Germán Busch. Esa lista de patriotas incluye también a los ministros Belmonte y Foianini, quienes con todo respeto le explicaron a Busch que la diplomacia boliviana había vuelto a capitular ésa vez ante el Brasil. Hay que recordar, por ejemplo, que la concesión estaba descrita, según la denuncia de Augusto Céspedes, en los siguientes términos: “La zona subandina de Bolivia, del Parapetí al norte.” Es decir, hasta las fronteras norte y este con Brasil abarcando prácticamente todo lo largo el país. Con respecto a la duración del contrato, era infinito porque no tenía fecha de vencimiento.
Las endémicas deficiencias del contrato con Brasil, sólo se pueden entender tomando en cuenta, en primer lugar, que la diplomacia boliviana estaba manejada por la oligarquía minera, la cual por su rivalidad con el Estado en los negocios, estaba acostumbrada a defender sus propios intereses, más que los nacionales. En segundo lugar, hay que recordar que Bolivia firmó ese tratado a la desesperada, escapando de la opresión de Estados Unidos el cual nos obligaba a negociar de rodillas, y cuya Standard Oil nos había robado el petróleo para vendérselo al Paraguay durante la guerra del Chaco. El tercer elemento incomprendido es que ese tratado se negoció con un Brasil que hizo de “protector” de los bolivianos cuando Bolivia estaba amenazada por todos lados, ya que no se había resuelto aún el tratado de paz y límites con Paraguay después de una guerra que perdimos y de la cual sólo faltaba delimitar el territorio a entregar.
Augusto Céspedes describe claramente ese drama en su libro “El Dictador Suicida.” Bolivia instruyó a su embajador en Río de Janeiro “gestionar un acuerdo por el cual Brasil se comprometía a garantizarnos la integridad territorial de Bolivia, incluyendo apoyo militar en caso de que por presión de Paraguay y Argentina, se intentara segregar el territorio de Santa Cruz, y en caso de nueva agresión armada.” Brasil firmó de mil amores esa resolución. Busch mandó de vuelta a su diplomático, a poner el río Ichilo como límite norte de la concesión, y a hacer otras enmiendas menores.
Fue en esas circunstancias deplorables que por la ínfima suma 750.000 dólares, Brasil se adjudicó una enorme concesión en los terrenos petroleros más ricos del continente hasta esos momentos. En esa negociación, por lo tanto, tampoco partimos de cero, ni en igualdad de condiciones. Partimos ya como presa media devorada por los depredadores: postrados, tuertos y con las tripas desparramadas.
Años después, otros líderes como Torres, Ovando y Quiroga Santa Cruz, dieron pasos en defensa de los hidrocarburos, pero, al final de cuentas, los gobiernos neoliberales del pasado reciente entregaron absolutamente todo. Evo tuvo que empezar de cero a defender un país que nuevamente había sido entregado a las transnacionales. Eso incluye los ferrocarriles, el petróleo, la energía, las empresas de comunicación y hasta el agua. Es risible la cantaleta de que fue Carlos Mesa quien subió a 50% la participación de Bolivia con las transnacionales petroleras. Ese 50% le “tocó” obligadamente firmarlo a Carlos Mesa para mantenerse en el gobierno, y evitar la nacionalización que empezaba a pedir el pueblo. Mesa no fue más que el vicepresidente de Gonzalo Sánchez de Lozada, y aunque sea un artista con las palabras y las poses, el pueblo boliviano jamás se olvidará de que los hechos, son los hechos.
No dudo que Soliz Rada haya escrito durante esos gobiernos entreguistas del pasado reciente, pero la verdad es que no logró derrocarlos ni impedir el despojo. Es comprensible, porque las voces que prevalecían en la prensa de la oligarquía eran las de los “expertos” pagados por el saqueo. Ahora, por el contrario, lo que escribe, sí está siendo utilizado para derrocar a un gobierno revolucionario.
Mi intención nunca ha sido desmerecer los aportes de los pensadores críticos. Son aportes respetables, más aún cuando se hacen como lo hizo Augusto Céspedes, defendiendo el proceso con su pluma, e influyendo para mejorarlo hasta donde pudo desde su espacio político, pero sin derrocar al presidente.
La opción del eterno centinela de los hidrocarburos bolivianos para ser efectivo, es no dejarse llevar por las pasiones y las voces de los resentidos contra Evo. Es trabajar por su propio espacio político, o volver a unirse al 2/3 de Evo, lo cual, si el presidente cumple su promesa de ajustar las clavijas éste año, no sería una idea descabellada. Todo es posible cuando hay voluntad, desprendimiento e intereses en común. Eso lo demostró el presidente Barack Obama al invitar al gabinete a su feroz contendiente Hillary Clinton. Tiene opciones Andrés Soliz Rada, pero en todo caso, ayudar a derrocar a Evo, no es la más sensata para ni para él, ni para el flamante Estado Plurinacional de Bolivia.